Casquillos de bala esparcidos en la autopista M1 cerca de la ciudad de Jableh, tras un tiroteo durante los enfrentamientos entre leales al antiguo régimen y miembros del gobierno sirio. (Imagen del 13 de marzo de 2025). EFE/ Yahya Nemah

En un barrio de Latakia, vecinos alauitas se congregan en una mezquita suní para despedir a los muertos por los enfrentamientos de la semana pasada en la zona costera, la peor violencia desde la caída del régimen de Bachar al Asad, que ha provocado que miles de ciudadanos de la minoría religiosa hayan huido.

Los restos de vehículos destruidos y las decenas de casquillos de bala en el suelo son el último rastro de la violencia sufrida en esta provincia costera que puede observarse en una carretera controlada por las fuerzas de seguridad sirias leales a Damasco, quienes aseguran que ahora están en calma.

“Estuve aquí cuando los rebeldes tomaron la ciudad, estuve un día bajo asedio hasta que llegaron los refuerzos”, explica a EFE un soldado en el primer puesto de control antes de entrar a la ciudad, y añade que “ahora esta todo tranquilo”.

El uniformado se refería así a la cadena de ataques armados perpetrados por grupos leales al antiguo régimen de Al Asad -él mismo alauita y que tenía en Latakia y la vecina provincia de Tartús su principal base de apoyo- que causaron numerosas bajas entre las fuerzas de Damasco, cuya contraofensiva vino acompañada de «masacres» y «asesinatos a sangre fría» de civiles, según reportan diversos observadores.

Coche con señales de disparos tras los ataques de los últimos días en la autopista M1 cerca de la ciudad de Jableh, (imagen del 13 de marzo de 2025). EFE/ Yahya Nemah

Funerales

El único rastro visible de los combates en la ciudad son los funerales por los cientos de vidas segadas durante los enfrentamientos, tanto civiles como combatientes de uno u otro bando.

Uno de estos funerales para conmemorar a las fuerzas de seguridad se lleva a cabo en una mezquita suní de Latakia, ciudad mayoritariamente alauita.

Los vecinos de la zona entran y salen de forma intermitente del templo donde se dan el pésame y rezan en unas ceremonias que han durado tres días y finalizan hoy.

Uno de los allí presentes, Fadi, profesor en Latakia, enseña su teléfono con una cola interminable de mensajes de exalumnos preguntando por qué esta ocurriendo esto en la ciudad y señala que “siempre hemos vivido en paz, no nos preocupábamos de si los barrios eran cristianos, alauitas o suníes”.

Otros de los allí presentes, Mahmud Ahmed, catedrático en la Universidad de Latakia, explica a EFE que “la gente esta cansada, nos esforzamos por mirar al futuro, siempre nos han faltado necesidades básicas” y que “lo que ha ocurrido ha sido imprevisto, caótico y destructivo, y hemos pagado un precio muy alto”.

El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, organismo observador del conflicto en Siria desde 2011, elevó el jueves a 1.476 el número de civiles muertos en «ejecuciones» y «asesinatos a sangre fría», 1.393 de ellos de la minoría alauita.

Según el observatorio, la cifra de civiles muertos puede aumentar debido al hallazgo de fosas comunes y «entierros masivos» en las provincias costeras de Latakia y Tartús.

Las Naciones Unidas, por su parte, indicó haber identificado 111 asesinatos.

Clérigos alauitas dan sus condolencias por las víctimas asesinadas la semana pasada en el barrio predominantemente alauita de Damsarkho, en las afueras de la gobernación de Latakia, el 13 de marzo. EFE/ Yahya Nemah

Desplazamientos

Como consecuencia de estos crímenes, más de 6.000 alauitas se han refugiado en el Líbano y otros se han desplazado dentro del país, como en la base aérea de Jmeimin, en manos de Rusia, donde han acogido a más de 8.000 desplazados, según el Ministerio de Asuntos Exteriores del país europeo.

Hind, que prefiere mantener su nombre real bajo anonimato por seguridad, salió de la provincia de Homs al ver la escalada de violencia en la costa del país y ahora se aloja junto a su hijo en un hotel de Damasco.

Teme por su vida y por la de su familia y explica a EFE: “Mucha gente estábamos en contra del régimen (de Al Asad) y a favor de su caída, pero no de esta manera”, y añade que “no podemos escapar porque somos pobres, por eso estamos muriendo”.

Apunta que en Homs muchas mujeres alauitas han empezado a usar hiyab, el pañuelo tradicional con el que algunas mujeres musulmanas se cubren el pelo, por miedo a represalias y que su hijo de 10 años oculta su religión en el colegio mientras se pregunta por qué los quieren matar.

Un temor que se extiende entre las minorías religiosas del país y que pone en jaque a una Siria aún en proceso de construcción apenas 3 meses después de la caída del régimen.

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