Corría el año 1957, yo tenía solo 9 años y como producto de mi dura infancia en las calles caraqueñas de Catia, había ido a parar en lo que para la época se denominaba «Retén de los Chorros», del Consejo Venezolano del Niño, conocido posteriormente como INAM (Instituto Nacional del Menor). Siempre fue una especie de reformatorio para «menores con problemas de conducta» como así se llamaba para entonces a los «niños de la calle».
Un día trajeron a «un nuevo» cuya imágen se grabó en mi memoria; era un «bachaco» -(facciones afro con la bemba ancha pero cabello rubio)-; su pantalón, dos tallas más grande, lo sostenía con una cabuya o cordel de fique al que tenía que ayudar con una mano y parecía que la sucia camisa pertenecía a un dueño de mucho mayor tamaño también.
Se movía rápido y temeroso, pero su mirada era fija, fuerte y rebelde.
Nos hicimos amigos y compartimos un tiempo, siempre admiré su agilidad y su picardía y astucia para sacar ventajas, eludir la dura disciplina y esa «viveza» propia de los niños habitantes de los cerros caraqueños.
Días después un grupo de los allí «prisioneros» fuimos llevados en autobús al Instituto de Sanidad de Petare para ser vacunados. Al salir del sitio y abordar el autobús para el regreso, aquel «bachaquito» pudo abrir la ventanilla y se lanzó del bus en plena marcha para emprender una loca carrera por entre el tráfico perdiéndose en las calles petareñas. Luego supe que había eludido a los policías perseguidores metiéndose en una alcantarilla de aguas negras que desembocaba en el cercano Guaire.
Todos comentábamos y hasta celebrábamos su exitosa fuga, pero a tempranas horas de la noche, cuando salíamos del comedor vimos con asombro y tristeza como bajaban de una camioneta jaula al muchachito aquel, lleno de barro, mugre y excrementos, sucio de la cabeza a los pies, pero sonriendo y con su mirada rebelde que brillaba a través de las greñas mojadas que le escurrían la suciedad a lo largo de su frente.
No se si fue con causa en ese contaminante escape frustrado o por razón distinta, pero siempre lo recordé y aun hoy lo recuerdo con la gruesa bemba cubierta de llaguitas como las del herpes o «boqueras» que hacían que siempre se pasara despreocupadamente la lengua por los labios.
También recuerdo mucho que cada vez que pasaban la lista de control, él se distinguía porque gritaba un largo !»PREEESENTEEEE».! cuando el «maestro»-vigilante llamaba: !HERNANDEZ WILLIAM!… cuya huella perdí con el paso del tiempo y la vida.
Muchos años después, recién llegado a Puerto Ordaz y siendo yo abogado asesor de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG) y al mismo tiempo cantante guitarrista del Restaurant Paolo, mi memoria automáticamente funcionó cuando vi a «PERICO» departiendo en una mesa del Piano Bar donde yo cantaba y sin pensarlo mucho dije por el micrófono en alta y resonante voz, como si estuviera pasando lista -!!HERNANDEZ WILLIAM!!!- y entonces resonó en todo el salón aquel inolvidable y largo grito: !!PRESENTE!!.
Me hizo regresar a los días de infancia en el reformatorio y marcó el inicio de una nueva visión de los avatares de la vida, pues devolvió la amistad de aquel muchachito, ahora convertido en flamante cronista de las imágenes y personajes, narrador gráfico del transcurrir de mi amada Puerto Ordaz y cuya partida lloro hoy, como muchos que tuvimos la fortuna de compartir su desparpajado quehacer y su eterna gracia de «bachaquito» travieso y amistoso.
Mi amigo «PERICO» siempre me pidió que le escribiera el prólogo de su libro, inconcluso o imaginario, no lo sé, pero fueron tantas las horas que compartimos recordando nuestra breve afinidad de «menores con problemas de conducta» y tan generoso en cariño y empatía nuestro tránsito por la amada Puerto Ordaz que hoy he querido cumplirle a «PERICO» su petición de que le escribiera para su libro ese pequeño relato de nuestra infancia en que nos conocimos.
Espero que desde el cielo pueda darme su benevolente aceptación y si alguien tiene el borrador de su libro coloque esta despedida como prólogo en testimonio de honra a la memoria de un buen hombre y un buen amigo HERNANDEZ WILLIAM, mejor conocido como «PERICO».
Luis Antonio Anaya Duarte
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