
Al principio fue solo un olor. Un tufo pesado, agrio, que se colaba por las ventanas de las casas de la manzana 20 y 21 del sector Gran Sabana, en Puerto Ordaz. Los vecinos, acostumbrados a lidiar con fallas de servicios, pensaron que sería un desborde puntual, una de esas molestias que aparecen con las lluvias y se van sin pedir permiso. Pero esta vez el olor no se fue. Se quedó.
En cuestión de días, el problema dejó de ser solo olfativo: las bocas de visita comenzaron a rebosar. Las aguas negras, espesas y oscuras, salían a la superficie y corrían calle abajo, dibujando un hilo contaminado que avanzaba hacia las cercanías de la iglesia católica Corpus Christi. En “las casitas del Core 8”, como todos conocen a Gran Sabana en la parroquia Unare, caminar por la calle principal se convirtió en un ejercicio de esquivar charcos y respirar lo menos posible.
Daniel Zamora, vocero del consejo comunal, fue uno de los primeros en alzar la voz. Las quejas en los grupos de WhatsApp se transformaron en denuncias formales ante los organismos competentes. Las familias hablaban de niños con alergias, de personas mayores evitando salir, de un miedo latente a enfermedades por la constante exposición a aguas servidas. El diagnóstico vecinal era claro: algo andaba muy mal con la red de aguas negras.
Las denuncias llegaron finalmente a oídos de la Hidrológica del estado Bolívar y este martes una cuadrilla de Hidrobolívar desembarcó en la zona con la misión de encontrar el origen del colapso que estaba ahogando al barrio en malos olores. No fue una tarea inmediata: la red de cloacas, enterrada bajo capas de asfalto y tierra, no revela sus secretos a la primera excavación.
La clave del misterio estaba, paradójicamente, en el agua limpia. Según explicó Zamora, el rebose constante de las aguas negras no se debía únicamente a la capacidad del sistema cloacal, sino a una filtración de agua blanca que se escapaba de una toma domiciliaria. Esa fuga, invisible durante meses, había ido socavando poco a poco el terreno hasta alcanzar la tubería principal de uno de los colectores ubicados en la calle principal de Gran Sabana. Desde allí, el daño se propagó a toda la red cercana.
Los técnicos de Hidrobolívar confirmaron la hipótesis. Tras varias horas de trabajo, lograron ubicar la toma averiada en una de las viviendas de las manzanas 20 y 21. La fuga de agua blanca no solo alimentaba el colapso interno del colector, sino que terminaba saliendo a la superficie, mezclada con aguas residuales, generando charcos pestilentes que se extendían por la vía. Cada rebose se convertía en un recordatorio de que la frontera entre el hogar y la insalubridad podía romperse con una simple avería no atendida.

Trabajo titánico
La intervención fue quirúrgica, hubo que socavar, romper, exponer la tubería dañada y corregir el bote. Zamora, de pie junto a los trabajadores, hablaba de “un paliativo necesario”. Sabía que la reparación de la toma y la corrección de la fuga eliminarían el colapso inmediato de la boca de visita que se desbordaba hasta el alcantarillado cercano a la iglesia, pero también insistía en que el problema de fondo exigía un plan más amplio de mantenimiento de la red de aguas negras de todo el sector.
Para las familias de Gran Sabana, sin embargo, el alivio fue inmediato. Ver cómo las aguas negras dejaban de correr por la calle, cómo el olor comenzaba a disiparse, fue casi un pequeño triunfo colectivo. Era la prueba de que la organización vecinal y la presión sostenida podían arrancar respuestas en un contexto donde muchas veces las denuncias se pierden entre oficinas y trámites.
Esa noche, el silencio volvió a las calles de “las casitas del Core 8”. No había camiones, ni martillos, ni reboses. Solo quedaba el rastro húmedo en el asfalto y la expectativa de que esta no fuera solo una solución temporal. Porque en Gran Sabana todos aprendieron, a fuerza de olores y desbordes, que un simple bote de agua blanca, ignorado a tiempo, puede convertirse en la chispa que encienda una crisis sanitaria en toda una comunidad.
El líder que le puso nombre al problema
William Patiño, líder comunitario y miembro de la comuna bolivariana e integral de base, fue uno de los que más insistió en explicar lo que muchos solo veían como “aguas negras por todos lados”. De pie frente a las bocas de visita que ya no rebosaban con la misma furia, señalaba los cachimbos de las casas y repetía la idea que lo obsesionaba desde hacía semanas: el volumen de aguas negras que salía por allí no era casualidad, sino consecuencia directa de un tubo de agua blanca fracturado que, gota a gota, había terminado colapsando toda la red de aguas residuales de la comunidad.
Lo que para algunos era solo una fuga “pequeña” de agua limpia, para Patiño era el origen de una cadena de daños. La situación, contaba, se agravó precisamente porque nadie sabía de dónde salía ese bote. “Buscábamos arriba, en las bocas de visita, pero la raíz estaba escondida en una casa”, relataba. Solo cuando los técnicos de Hidrobolívar se metieron de lleno a excavar entre las manzanas 20 y 21 lograron ubicar la toma precisa de una vivienda desde donde el agua blanca llevaba tiempo escapándose silenciosamente.
El hallazgo impresionó a todos: se trataba de un tubo de una pulgada y un cuarto, el que lleva el agua desde la tubería principal hasta una de las casas, enterrado a más de un metro de profundidad. No era una rotura superficial. Había que abrir la tierra, medir con cuidado, seguir el rastro de la humedad hasta dar con la fisura exacta. Cuando finalmente encontraron la fuga, el equipo de Hidrobolívar se esforzó en corregirla allí mismo, bajo la mirada atenta de los vecinos que, por primera vez en mucho tiempo, sentían que alguien estaba realmente tratando de resolver algo de raíz.
La otra calle que sigue esperando
Pero mientras en la manzana 20 y 21 la historia parecía acercarse a un cierre, en la manzana 22 el guion era otro. Andrés, vecino de esa parte de Gran Sabana, vivía una crónica distinta; la de la espera. Desde hace más de cinco años, su calle sufre el rebose constante de aguas negras por los cachimbos de las casas. A diferencia del caso recién atendido, allí el problema no había logrado todavía movilizar a una cuadrilla con la misma rapidez.
“Yo también necesito que Hidrobolívar se acuerde de esta calle”, decía Andrés, con una mezcla de cansancio y resignación. En la manzana 22, las aguas servidas no se esconden: están a la vista, suben por las conexiones, se quedan estancadas frente a las puertas. Los niños aprenden desde pequeños a esquivar charcos oscuros; los adultos mayores, a cerrar ventanas para evitar que la fetidez se instale en los cuartos.
La lista de efectos es larga, olores nauseabundos que provocan dolor de cabeza y dificultades respiratorias, enjambres de moscas y mosquitos que se pegan a las paredes, roedores que entran sin pedir permiso por los drenajes. Cada amanecer llega con el mismo paisaje; cachimbos rebosados, charcos pegajosos, vecinos limpiando lo que el sistema no logra contener.
Andrés cuenta que no se han quedado de brazos cruzados. Han reportado el problema una y otra vez a través de la VenApp, detallando direcciones, adjuntando fotos, insistiendo en la gravedad sanitaria de lo que viven. Pero, hasta ahora, sienten que sus alertas viajan a un buzón sin respuesta. “Parece que nadie nos toma en cuenta”, repite, mientras mira cómo el agua sucia se acumula una vez más frente a su casa.
¡Síguenos en nuestras redes sociales y descargar la app!










