El acto de la alimentación del niño que pasa inadvertido para los profanos y que se reduce, aun para muchos profesionales a la preocupación de que el niño ingiera la adecuada dieta, es quizás el más transcendental de los hechos que se han de cumplir durante los primeros años de la vida.
El acto de alimentar a un niño conlleva mucha responsabilidad, esa alimentación debe ser adecuada a la edad del niño, no es lo mismo alimentar a un recién nacido, a un lactante menor de 6 meses o a un niño más grande, no se trata solamente de satisfacer las necesidades fisiológicas, sino también cumplir con los requerimientos psicológicos individuales, o sea sintonizar de manera perfecta la estructura y funcionamiento del tubo gastrointestinal, de los sistemas vegetativos y endocrino y de los centros nerviosos superiores con la constelación de la personalidad. El acto de la alimentación es quizás el más seguro y fácil indicador de su personalidad.
El acto de alimentación no solo significa que el niño “ingiera toda la comida”, sino que requiere una atmosfera hogareña adecuada y equilibrada emocionalmente; tiene una alta significación ya que es el transmisor de amor y seguridad materna desde la época de recién nacido.
Hay ciertos condicionantes que colaboran con la resistencia que presente el niño a comer, entre ellos podemos citar: un destete inadecuado, introducción ansiosa y precoz de los alimentos sólidos, los “forcejeos” o castigo porque el niño coma.
Ningún niño que disponga de cualquier tipo de alimentación se “enferma” o se “muere de hambre”. La apetencia por determinado o determinados alimentos suele sufrir “ondulaciones” en diversos días y épocas.
El niño va variando su apetencia por los alimentos de acuerdo a su experiencia sensorial (gusto, olfato, vista) que conducirá a hacer placentero el acto de la alimentación. La escogencia del alimento a su libre albedrio le da mayor satisfacción.
Es perfectamente aceptable hacer sustitución de alimentos que quiera imponer la madre por otro que le guste al niño siempre y cuando este último cumpla con los requerimientos calóricos que amerita su metabolismo.
Cada niño tiene su individualidad, hay unos que son glotones y otros que se satisfacen con poca comida. Algunos prefieren los líquidos otros los rechazan. Unos gustan de comer solos y otros tratan de continuar la dependencia materna: “que le den la comida”. Por lo tanto un buen conocimiento de lo que es el crecimiento normal ayudara a muchos padres a disminuir su preocupación respecto a la alimentación del niño.
La atmosfera hogareña tranquila y feliz es la mejor manera para la buena alimentación del niño. Muchos padres neuróticos y conflictivos dejan para la hora de las comidas las descargas de sus frustraciones, haciendo que para los hijos las horas dedicadas a la alimentación sean las indeseables.
Hay una inadecuada interpretación por parte de los padres de lo que ellos llaman inapetencia. Llegan al consultorio exageradamente angustiado “porque el niño no come nada” o por motivos asociados “porque el niño no come sopa” o “porque no come carne”.
Se ha demostrado que cerca del 90% de estas consultas son “falsas inapetencias” construidas por la mente o ansiedad de los padres, que a todo trance quieren que su hijo sea “gordo”, que “se coma toda la comida” o que su hijo coma lo suficiente para protegerse de enfermedades. Las consultas por inapetencia son las más frecuentes en nuestros consultorios.
De todas maneras el Pediatra está en la obligación de analizar cada uno de los casos atendidos y sabrá discernir si tal motivo de consulta está basado en hechos reales o simplemente se trata de una preocupación sin fundamento por parte de los progenitores o cuidadores del niño.
Hasta la próxima.
Dr. Hugo Lezama Hernández
Puericultor Pediatra. Egresado de la Universidad de Oriente (UDO).
Miembro de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatria.Filial Bolívar.
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